Me encontraba sentada en aquella banqueta que me ha mirado muchas veces pasar, sin atreverme a tocar la puerta.
El temblor en mis piernas era algo usual cada vez que mis pies se dirigían como por arte de magía a la calle solitaria de aquel fantasma errante de mis sueños.
Aunque el otoño traía consigo neblina y hojas secas bajo mis pies, el invierno había entrado a mi pecho desde una cuadra antes. El gélido aire se colaba en mis pulmones y me dificultaba la respiración. Un nudo en la garganta, el sudor en mi espalda y la vibración en mis dedos.
¿Por que me había dirigido a ese lugar? ¡Creí haber borrado mis huellas de su camino! Mera inercia, mero instinto, la simple normalidad a la cual estuve acostumbrada largos años.
Solía caminar por la orilla de aquellas calles frivolas mientras los faroles iluminaban mi entristecido rostro. Me sentaba en el quicio del camellon a mirar aquella puerta cerrada y la casa que pareciera estar vacía. Tan silenciosa, tan fría y bien conocida.
Recordé como hacía dos años probé el elixir de unos labios nostalgicos justo detrás de donde me encontraba sentada en ese preciso momento, evoqué con el pensamiento la sensación de bienestar que me invadió cuando me estrujó entre sus brazos. Su dulce aroma natural, sus cabellos sedosos que se resbalaban entre mis dedos. Y recordé su voz, justo en el hilo de la poca cordura que me quedaba.
En ese momento, tuve miedo. Me levanté sacudiendo mis piernas del polvo que se había adherido. Sonreí mientras el viento nocturno y la neblina confabulaban para empujarme hacía su portal.
Dicho. Iba a proponerle que se quedase una noche en mi castillo, una semana, un mes, que se quedara a mi lado a pesar de haber muerto hacía ya muchos años.
Ese viejo fantasma, lo amaba y lo amo pero no puedo evitar recordar, lamentarme y odiarme.
Si me odio ¿Puedo amarlo?
Suspiré. Iba a confersarme. Era ahora o nunca.
Mis piernas se congelaron, mi expresión se hizo una con el latir de mi corazón.
Toqué el timbre con mi dedo tembloroso.
Silencio.
Insistí, mientras me mordía el labio tan fuerte que el sabor amargo de la sangre fué lo siguiente que pude probar.
Nadíe abrió.
¿Destino? Quién sabe.
Me di medía vuelta y caminé lejos de aquella calle de ilusiones que me atrapó alguna vez y que, amenazaba con tenerme cautiva otros dos años más.
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